La noche del 24 de julio de 1992 toda la actividad del puerto de Barcelona quedó paralizada, no hubo ninguna entrada comercial, ni ninguna salida, se detivieron todas las operaciones de estiba y desestiba, tan solo trabaja el personal esencial. En tierra, en la ciudad, algo estaba a punto de suceder, un hecho que se esperaba desde octubre de 1986 y que tras una larga carrera de fondo toda la ciudad aguardaba con ilusión.
A las 22 horas y 15 minutos una pequeña embarcación, no un gran transatlántico ni un acorazado, sino un velero de no más de 35 metros de eslora comenzó a dibujarse en la bocana del puerto, la cruzó y poco a poco se adentró en el interior del canal del Dique del Este. Era importante y los capitanes y patrones de los barcos atracados lo sabían, por tanto, hicieron sonar sus tifones a su paso. La noche ya cerrada no permitía la identificación del velero en la lejanía, pero poco a poco al acercarse a la zona de la Dársena del Morrot quedó claro su identidad. Más tifones y fuegos artificiales lo recibieron, esa iba a ser una noche de fuego ya que el velero era el yate Rosalind y abordo viajaba el fuego sagrado proveniente del estadio olímpico de Olympia, que tras la conveniente invocación Apolo aceptó prender la antorcha de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

El veterano y ahora centenario yate Rosalind provenía del puerto de Palma de Mallorca, allí embarcó el fuego olímpico con rumbo a Barcelona, pero antes de eso la antorcha llegó a la isla por avión después de realizar un largo recorrido de relevos por toda España. Ahora por fin ya se encontraba en la ciudad Condal y, al poco de atracar en el Moll de la Fusta, el patrón del Rosalind prendió la antorcha cuyo fuego viajaba protegido en una lámpara de seguridad. El primer relevo desembarcó la antorcha y se la pasó a dos invitados separados ideológicamente, pero por unos días unidos, eran el presidente de la Generalitat de Cataluña Jordi Pujol y el alcalde de la ciudad Pascual Maragall. Ambos políticos personificaron un momento de unión y le pasaron la antorcha a un emocionado Nacho Solozabal que abandonó el puerto en dirección a las Ramblas con destino al estadio olímpico.
Con esta espectacular llegada se cerraba un ciclo en donde una ciudad y un país entero se transformaron para un evento concreto. La ciudad de Barcelona y sus gentes ya vivieron momentos así en los últimos 100 años, por ejemplo, con ambas exposiciones internacionales, las de 1888 y 1929, la primera Feria de Muestras de 1920 e incluso el Congreso Eucarístico de 1952, y el puerto de la ciudad ha jugado siempre un papel fundamental.
Tanto es así que he creído conveniente plasmar en un libro dos eventos importantes de Barcelona y su puerto, el primero fue el Congreso Eucarístico de 1952 bajo el régimen del general Francisco Franco y el segundo evento sucedido treinta años después con un color completamente distinto ya en democracia, los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. Ambos acontecimientos transformaron la ciudad y también tuvieron como nexo de unión el puerto, ya que la escasez de plazas hoteleras en tierra obligó a improvisar y a adaptar barcos de pasaje como barcos hoteles.
En 1952 fueron diez los grandes transatlánticos adaptados a este uso, y en 1992 fueron otros quince los barcos de pasaje y cruceros de turistas los que ejercieron como hoteles y sedes de patrocinadores y comités olímpicos de los juegos. En este libro, se hallan listados todos los barcos hoteles junto a sus historias y su ubicación en el puerto, ilustrado con fotografías y mapas de la época.
El libro «Los barcos hoteles del puerto de Barcelona: del Congreso Eucarístico y de los Juegos Olímpicos» ya se halla disponible en el portal Amazon para todo el mundo.
Pulsa AQUÍ o en la imagen de la portada para acceder a Amazon.
Espero que sea de vuestro agrado.